LOS SUEÑOS SON MENSAJES DE LAS PROFUNDIDADES (Dune, 2021, Denis Villeneuve)

Dune, se preestrenó el 3 de septiembre de 2021 en el Festival de Cine de Venecia. Llegó a cines españoles el 17 de septiembre de 2021

Los sueños vívidos son una de las constantes que siempre me han fascinado. No únicamente por su naturaleza de saber que estás soñando, sino por los complejos códigos y mensajes que se encierran dentro del torrente de historias que yacen ocultos  dentro del subconsciente. Unas veces son fruto de la experiencia, pero otras veces son un absoluto misterio. Ambos comparten su origen produciéndose durante el sueño, y los dos siempre van unidos a nuestros temores y anhelos más profundos. Hay un elemento indiscutible dentro de lo onírico: ‘el durmiente debe despertar’.

‘Dune’ de Denis Villeneuve (2021) comienza con una afirmación categórica en un plano fundido en negro, dentro de ese periodo de duermevela en el que no se sabe si se está dormido o despierto: ‘los sueños son mensajes de lo más profundo’. Es en ese preciso momento cuando Paul Atreides (Timothée Chalamet), ve las primeras imágenes de Arrakis, el rostro de una muchacha, y el viento deslizándose y esculpiendo las dunas del desierto. Mostrando, sugestionado o no, la proximidad de su viaje al planeta de La Melange, Arrakis, también conocido como ‘Dune’. La concesión a los Harkonnen ha finalizado, y por mandato imperial, el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac), debe confirmar el relevo para la explotación de la especia en Arrakis, fuente de conocimiento, droga, y vehículo para expandir la conciencia y encontrar las rutas para los viajes espaciales. Es en Caladan, sede de los Atreides, donde la concubina del Duque y madre de Paul Atreides, Lady Jessica (Rebecca Ferguson) pone a prueba a su hijo bajo los dictámenes de la ancestral orden Bene Gesserit. Una prueba de miedo y dolor que confirma el final del sueño, y alienta al despertar.

Villeneuve vuelve a demostrar que es un diseñador y arquitecto de atmósferas. Es capaz de sugerir estados de ánimo en el espectador a través de los espacios utilizados. Caladan, con sus tonos azulados llenos de incertidumbre y pulsión latente, interiores solemnes, y bellos exteriores nublados en los alrededores de los acantilados de Noruega. Giedi Prime, a modo de abadía corrupta y sectaria, propio de una iglesia decadente, donde el color negro se muestra sin límites, alimentando un hálito descorazonador y deprimente. Y finalmente, Arrakis, con sus tonos ocres y amarillentos. Arquitectura y vestuarios arabescos; todo entre un ambiente enigmático y cohibido, en el que cada paso puede significar la diferencia entre la vida y la muerte, afortunadamente custodiado por ojos azules de esperanza que observan y contrastan. Son los Fremen, el pueblo nativo de Arrakis, verdaderos habitantes del planeta, y conocedores de los secretos de la especia, los gusanos de arena, y técnicas de supervivencia indispensables en un paraje tan hostil. La belleza de los exteriores hipnotiza al espectador. El equipo de rodaje se desplazó a Jordania y a Abu Dabi en repetidas ocasiones para conseguir el máximo preciosismo del desierto y sus sendas. Muy en consonancia con lo que conseguía David Lean en la legendaria ‘Lawrence de Arabia’ (1962); película en la que pese al entorno de crudeza desértica, era imposible no quedar prendido por sus paisajes, amaneceres y anocheceres. Villeneuve busca y capta esa belleza y preciosismo.

El elenco es un triunfo de la dirección de casting. Destaca una Rebecca Ferguson arrebatadora, y un Stellan Skarsgård, que a pesar de sus escuetas apariciones como el Barón Vladimir Harkonnen, sabe transmitir auténtico pavor. Un perfil que hace que el espectador se revuelva en su butaca , incomodo, y aterrado (inolvidable su aparición en el techo). Chalamet y Zendaya Coleman transmiten juventud, en contrapunto con la madurez de los personajes de Josh Brolin (Gurney Halleck) y Jason Momoa (Duncan Idaho) La solemnidad de Oscar Isaac (Leto Atreides) como estandarte de un hombre reflexivo, justo, y ecuánime. Sin olvidar a Javier Bardem, que con su rudo rostro y movimientos salvajes, es el encargado de representar al pueblo de los fremen en su rol de Stilgar.

No concibo esta vez dirección de fotografía sin partitura musical. Villeneuve da las directrices, pero es Greg Fraser su luz y sus ojos. Villeneuve transmite el estado de ánimo, aunque es Hans Zimmer quien consigue el tono y la armonía precisos. Fraser con su luminancia y Zimmer con su oído. Villeneuve con la batuta. Y nos devuelven las improntas de otros personajes de su universo; son Lubna Azabal en ‘Incendies’, Jake Gyllenhaal  en ‘Enemy’, la delicadeza de Amy Adams en ‘La Llegada’, pero adaptados adecuadamente y sin perder el rumbo de la novela original de Frank Herbert publicada en 1965. Licencias aparte (Lynch también las tomó en su ‘Dune’ de 1984), Villeneuve consigue un equilibrio dentro de una complicada balanza. Un ‘Dune’ literal serían interminables mesas repletas de política, pasajes enteros dedicados a la preparación del viaje espacial, y sobre todo parar en multitud de detalles que se pasan por alto o directamente se cambian para dar un adecuado ritmo cinematográfico.

Villeneuve se muestra conocedor de sus carencias respecto a la novela, pero lo que muestra, y es mucho, tiene una potencia descomunal. Lo presenta casi como una encíclica de su modo de comprender el cine. Con sus rastros autorales en lo profundo, pero sin renunciar a un espectáculo fabuloso que ni por un instante menosprecia al espectador. Se diseñan artefactos extraordinarios, cruceros espaciales y naves de ataque. Incluso no olvida al maestro maquetista, Emilio Ruiz del Río, en un diseño espacial en una nave de transporte. Vehículos funcionales acordes y espartanos con una austeridad que se palpa en el tejido interior del film. Es un “durmiente” dispuesto a despertar a un público adormilado en estos tiempos oscuros (no los de la película), recordando que hay películas que no se entienden sin una sala de exhibición cinematográfica.

Como ya sabíamos, ‘Dune’, sólo abarca un primer fragmento. Deja en manos del espectador el acto de amor de acudir al cine para disfrutar del Cine. Yo aún no quiero despertar. Me encuentro todavía en la sala en estado semidormido, letárgico, a punto de hibernar. Quiero ser Paul Atreides. Quiero soñar, quiero que se me manden mensajes desde mi ello. Deseo y ya veo flashforwards del segundo fragmento. Villeneuve ha trazado la mitad del arco con sabiduría. Ha filmado una película sencillamente maravillosa. Quiero la segunda parte del arco, pero sobre todo quiero la certeza de que la clave del arco sea lo suficientemente resistente. Quiero aplaudir despierto con los pies en el suelo de una duna. Quiero salir del cine con el corazón en un puño sin dudas y lleno de esperanza. Espléndida.

Publicado originalmente por Marcos.B el 19 de septiembre de 2021 en CINE MI AMOR ©

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